Una tarde fría de otoño, el sol tenue se colaba por las ventanas como otro día más. Acababa de terminar una consulta online con una paciente que atendía por primera vez, una mujer de mediana edad, que yo veía a través de la pantalla como mucho mayor; intentaba como podía, contarme en relatos saltados y un poco incongruentes, parte de su vida, de sus hitos, de sus sufrimientos. Por momentos, me sentí impotente, sufría con sus sufrimientos, me emocionaba con sus experiencias y por instantes, tenía ganas de querer solucionar su angustia y sufrimiento en los 40 minutos que quedaban de sesión. Por supuesto, no lo logré, pero de algún modo, pude ver en ella que su agobio había disminuido en parte, al menos mientras conversábamos. Y qué bueno, porque para eso es una terapeuta ¿no?
Bajé con mis pensamientos en ella, en su vida compleja, en sus sufrimientos, en su proyección de vida. Sentí un frío que recorría mi cuerpo y comencé a temblar, no sé si por la temperatura en sí o por todo lo que había escuchado. Cuando miré hacia la oficina, aún entraba el sol cálido por la ventana a un rincón de la alfombra y sin pensarlo mucho, me senté en ella, en el piso como hago de vez en cuando, a disfrutar de la calidez del sol que tocaba mi rostro y parte de mí. Me quedé ahí unos minutos, muy quieta. Al abrir los ojos, advertí en esa última fila de libros de nuestra biblioteca, un título en particular que me llamó la atención y que era casi como una invitación para mí en ese momento: “Se vale ser frágil”.
Hemos aprendido a asociar la fragilidad con la debilidad. Alguien frágil como quien no es capaz de enfrentar una situación, que no puede valerse por sí mism@, a quien hay que cuidar; por lo que este título me hizo reflexionar sobre aquello ¿Cómo es que ser frágil puede ser una opción? Ser frágil me expone frente a otros y otras. Nadie quiere mostrarse ni ser reconocido como frágil.
Desde aquí entonces, como describe muy bien el autor del libro, vamos levantando corazas, cambiando caretas y máscaras, lo que sea necesario para no mostrarse tal cual una es. Frente a una decepción, levantamos una; frente a cada frustración, rechazo o sentimiento no correspondido, vamos levantando otras, y así por la vida.
Es así como lo que vemos un@s de otr@s la mayor parte del tiempo, es nuestra fragilidad enmascarada. Máscaras que no nos hacen más fuertes, aunque muchas veces nos hacen parecerlo, y muy bien. En algunos casos, son corazas que se mantienen la vida entera. Sin embargo, a diferencia de lo que pudiésemos pensar, éstas son una carga pesada, una armadura que no hace más que tapar el sufrimiento, el dolor, la tristeza, la soledad, y más en lo profundo, la misma incapacidad de enfrentarse a sí mism@.
“Las lágrimas hablan, y necesitan ser derramadas, pero para eso necesitamos una comunidad que las reciba” (G. Salcedo pág. 199).
Desde esta mirada y hoy, desde mi lugar de terapeuta, me siento profundamente agradecida de tantas mujeres que sienten la confianza en mí de verter parte de esas lágrimas y mostrarme su fragilidad, sin caretas, sin máscaras, derribando de a poco sus murallas construidas con esfuerzo a lo largo de sus vidas. Me doy cuenta de que no podría ayudarlas si no fuera así, sino me muestran su fragilidad.
Así también, puedo aprender a conocer la mía propia y asumirla, porque en ella está nuestra sensibilidad y nuestra esencia. En la medida en que me enfrento a la mía, puedo conectarme mejor con la de otr@s.
“Quiero aparentar fortaleza colocándome mi armadura, haciéndome creer que no me afecta, cuando la realidad es que me afecta tanto que siento no poder soportarlo.”
El libro en mención es Se vale ser frágil de Gabriel Salcedo.